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Media hoja de afeitar al borde del camino
Lo que les voy a contar, es lo que me quedé pensando mientras levantaba la media hoja de afeitar (gillette), –antigua y oxidada– que yacía como una bandera de peligro justo a la salida de un lugar lleno de niños en medio de mi vecindario.
El asunto es qué hacía con eso ahora. Pensé que esta delgada hoja de acero –que fue fabricada con el expreso propósito de cortar– debía ser una de las cosas más molestas de encontrarse en el camino. Si la arrojo a otro lado, es como mudar el peligo a otra dirección. Si la hundo en la tierra, chances hay que esa maldita daga asome la puntita afuera y le haga daño a alguien. ¿Guardarla en el bolsillo? ¿Pero y si me corto? Podría volver a casa… pero ¡Uf! qué pereza tener que regresar solo para eso!
¿Pero qué hago? ¡Ya sé! La dejo en el mismo lugar en donde la encontré. Solo debía conformarme a vivir el resto de mi vida como un cobarde, que viendo el peligro, no hice algo al respecto. Y me dije… A ver. ¡Piensa cabecita! Eres director creativo, trabajas en desarollo de nuevos productos hace décadas. ¿De verdad no se te ocurre ninguna idea para quitarme de encima esta maldita cosa que tengo en la mano?
Esto es peor que tener que disponer de un muerto, pensé. A un muerto al menos sé que debería ponerlo en un ataúd. Ataúd. ¡Eso es! ¡Una caja! Una pequeña. ¡Es todo lo que necesito! Miro a todos lados como buscando al invisible, mientras me escucho a mí mismo repitiendo caja… ¡DONDE ESTA LA CAJA, POR DIOS! En el garage de tu casa, –me dijo esa voz de madre que todos llevamos dentro. Tendrás que devolverte y perderás tu tiempo… pero harás el bien.
Lo cierto es que tuve que regresar a la casa, entrar al garage, buscar una cajita, que nunca encontré, pasar a la cocina y abrir el tacho de basura. Revisando encontré uno de esos envases de fresas del supermercado Publix –”de esos transparentes vistes”– y habían varias fresas que pude describir como… bueno, re podridas.
Pero claro, no podía arrojar así no más al demoníaco objeto, porque qué tal si al pobre inocente que me viene a servir y llevarse mi basura, le termino agradeciendo con un corte tipo tajo en el dedo. Así que ¡chump! Inserté la :@ media hoja filosa dentro de la fruta podrida. Cerré el envase. Luego cerré el cesto de basura y la puerta del aparador en donde reside el cesto, y me fuí.
Pensé en primer lugar que el que arrojó ese acero letal a la calle es un verdadero iresponsable; y que a veces son estas mismas personas las que están al frente de gigantes corporativos que hacen lo mismo en gran escala. Sin embargo comprobé que a veces hay que seguir el camino más largo si uno espera ser bien recordado por la comunidad en donde uno vive y negocia.
Ser recordado es vender más. Tristemente muchos mal llamados negocios internacionales prefieren seguir arrojando sus desperdicios industriales en zonas donde vive la gente, porque es más económico para ellos; y luego queman millones de dolares en publicidad para limpiar su imagen. En esta nueva economía de mercado social si usted desea ser recordado por la gente que lo rodea y vender más, haga algo por la gente que sea inolvidable. Haga un acto de amor.
Alex
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